lunes, 6 de septiembre de 2010

El gato-gata

Los viernes, si calienta el sol, voy al parque de la Santa Margarita. Me siento en un banco y observo a la gente, la mayoría personas que superan generosaente la edad de jubilación. También me fijo en los pájaros y las palomas que picotean aquí y allá distraídos, ajenos a este mundo-inmundo donde los humanos vivimos. A veces creo que son ellos, y no nosotros, los que nos observan y comentan por lo bajo lo estúpidos que somos y lo listos que nos creemos; incluso creo que los gatos que de vez en cuando se reúnen en una de las entradas al parque piensan eso mismo no sólo de los pajarilloss y palomas, sino también de las personas que van y vienen, o de aquellas que se pasan horas jugando a las cartas o mirando todo aquello que no tiene importancia, como hago yo durante un par de horas todos los viernes que puedo.
El caso es que hace una semana uno de esos gatos pasó por delante de mí, se detuvo un instante, me miró con descaro y continuó su camino. Regresó a los pocos minutos, y cuando pasaba por mi lado me percaté de que llevaba un pajarillo en la boca; el pobre aún no etaba desplumaddo, simplemente yacía, inerte y con las alas desplegadas,entre los dientes del felino. Por un momento pensé en correr tras el gato e intentar quitársselo de la boca, pero enseguida me di cuenta de que no iba a ser yo quien cambiara lo que la naturaleza y su ley de superviviencia habían dictado. Me quedé triste, con la imagen de aquel pequeño e inexperto gorrión, colgando de las mandíbulas de su asesino. Acepté que la vida era así y al irme del parque, todavía apesarado y melancólico por lo visto, la casualidad quiso que mi estado de ánimo diese un vuelco de ciento ochenta grados: el cadáver del pajarillo servía de alimento a una gata con cinco gatos diminutos y ciegos que se asían a sus tetos como si ya supieran que sólo de aquello dependía seguir viviendo. Y recé un Padrenuestro por aquel gorrión y perdoné al gato (que era aquella gata).

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