lunes, 7 de junio de 2010

Felicidades

Hoy vi a Ojos Grandes esperando turno en las mesas del Impuesto de Actividades Económicas. Se la veía feliz,radiante. La última vez que la había visto estaba llorando, golpeando el volante de su coche, supongo, en la plaza número 54 del aparcamiento de los Nuevos Ministerios. Tenía la ventanilla a medio subir y hablaba por el teléfono móvil. La acababan de despedir de una gestoría. Parece ser que días atrás había discutido con la hija de su jefe. Ella entendía que la cosa ho había sido para tanto; unas palabras más altas que otras, alguna puya con rabia y poco más. La chica de Ojos Grandes, decía que nunca había sido rencorosa y que para ella la discusión estaba olvidada. Pero para la hija del jefe no. Y diecinueve días después, él la llamó a su despacho y le anunció que no tenía elección: mi hija ha hablado con mi mujer y ya sabes como son dos mujeres unidas empeñadas en algo, decía que le dijo. Tengo que echarte. Me duele en el alma, pero es mi hija. Lo siento. Y de verdad que te agradezco el trabajo realizado estos últimos tres años. Así fue, según la chica de Ojos Grandes, su final en la Gestoría FGH. La echaban dos meses antes de casarse, cuando sabían perfectamente, porque la discusión había venido por ahí, que contraía matrimonio, y estrenaba piso recién comprado(hipotecado). Recuerdo perfectamente aquella mañana porque yo estaba hasta arriba de trabajo y, cargado con tres cajas de papeles para registrar en recepción de documentos, me detuve a su altura y le pregunté si podía ayudarla o si necesitaba algo.
-No, gracias -dijo sin mirarme.
Cuando yo había andado media docena de pasos dijo levantando la voz:
-Bueno, sí. sí que necesito algo.
-¿El qué?
-Que la gente sea menos hija de puta y más como tú. Gracias.
Yo sonreí y continué camino del edificio de la Xunta de Galicia con aquellas tres cajas que pesaban como si llevasen hierro en lugar de papel. Hice la gestión y a la vuelta Ojos Grandes ya no estaba. Y me alegré. Señal de que había podido serenarse y arrancar el coche, un Renault 19 que tenía toda la pinta de haber pertenecido a su padre o a su madre; el mismo que hoy, cuando entré en el aparcamiento de la plaza de Pontevedra, vi perfectamente estacionado nada más coger el tique. Y pensé: ojalá le haya ido bien a esa chica. Y le va bien, muy bien, porque mientras yo esperaba mi turno(ella tenía el número 98 y yo el 103) para presentar documentación a las funcionarias del Impuesto de Actividades Económicas, Ojos Grandes recibió una llamada.
-Gracias, gracias. Sí, el viernes. Bueno, aún es pronto. Dicen que una niña. Ojalá. Bueno, la verdad es que me da igual, que venga sano o sana y ya está. Sí,sí, está encantado. Imagínate: en su familia todos chicos. Sí, sí, también. Pues aún no lo sabemos: Raquel, Patricia... no sé, ya veremos; hasta la siguiente ecografía... Bien, bien, de momento muy bien, a ver más adelante. Sí, sí, claro, te llamo, no te preocupes. Gracias, gracias -entonces Ojos Grandes me miró y se quedó unos segundos pensativa-. ¿Te conozco? Tu cara me suena.
-De vista, supongo. Soy mensajero.
-Sí, será eso.
-Enhorabuena -le dije y sonreí haciendo un gesto con mi teléfono móvil.
-Muchas gracias... escritor.

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