La selección española de fútbol se acaba de proclamar campeona del mundo en Sudáfrica. Este es otro de esos sueños imposibles que finalmente se hacen realidad. Gol de Andrés Iniesta... en la prórroga, en el minuto 117 de partido. Faltaban apenas dos minutos y medio para que el título se decidiera en la tanda de penaltis. Recibió dentro del área un balón enviado por Cesc Fábregas y fusiló al portero holandés. Se hacía justicia. Y se hacía realidad lo que hace no mucho tiempo era impensable: España gana un Mundial de fútbol. No fue fácil:
Primer partido contra Suiza y primera derrota. Y ya se sabe como es este país: los agoreros, buitres y cuervos de turno se apresuraron a dictar sentencia. Se equivocaron. La selección ganó a Honduras (2-0) y a Chile (2-1) y pasó ronda. Tocó Paraguay (para-dón de Casillas en el penalti que fallaron) y se ganó 1-0; luego vino el Portugal de Cristiano Ronaldo (al que se esperaba, o al que los hinchas portugueses esperaban, pero no apareció, bueno hubo un jugador con su cara y con su físico y con el mismo número...): se ganó, no sin apuros (1-0), y España se plantó en semifinales. Alemania era el rival. Y se ganó, también 1-0. Gol maravilloso, inolvidable, de Carles Puyol. La gente dice que fue un grandísimo remate de cabeza; yo vi claramente que remató con el corazón (atado al hilo del alma que convierte lo imposible en probable). España estaba en la final. El rival: Holanda; seis partidos, seis victorias en Sudáfrica 2010. Cometió el mismo error que todos los anteriores (Suiza tuvo suerte, estadística pura y dura): se encerraron atrás y confiaron en Arjen Robben (pero no se acordaron de Iker Casillas, otra vez inmenso, como contra Honduras, como contra Alemania, como contra Chile...). Cometieron ese error y, lo peor, faltaron a la verdad del fútbol: salieron con una agresividad desmedida, rayando la violencia, incluso me atrevería a decir que sobrepasando esa línea que divide el juego limpio del que juega patentado por el mismísimo demonio... y perdieron, perdieron cuando rozaban ya su única posibilidad: la tanda de penaltis. Ahí apareció Fábregas, primero, e Iniesta, finalmente. Goooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooool.
Goooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooool.
Goooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooool.
Ya faltaba poco, nada, y los segundos fueron pasando y llegó el momento: el árbitro miró su reloj y pitó el final; que no era el final, sino el principio; el principio de lo que significa esta victoria: la confirmación de un estilo de juego, la confirmación de algo básico y elemental: el jugador virtuoso que trabaja es dos veces virtuoso. Y estos jugadores, algunos de ellos con una calidad excepcional, irrepetibles, han trabajado duro para llegar a lo que han llegado: son campeones del mundo: CAMPEONES DEL MUNDO. Enhorabuena... y gracias a todos, cuerpo técnico incluído, por supuesto; muchas gracias, don Vicente. Es usted grande, DE VERDAD.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario