El otro día me encontré con Jota Hermida. Iba con su mujer y con su hijo Roberto, un niño de nueve años. La verdad es que hacía mucho tiempo que no los veía; pensé que hacía menos, sinceramente, y cuando me dijeron que ya habían pasado cuatro cumpleaños del chaval, me sentí incómodo. Le pedí disculpas porque es cierto que le dije unas cuants veces que lo llamaría para vernos y no lo hice. No pasa nada... sólo tiempo, respondió y sonrió. Me preguntó cómo me iba la vida, que me había visto en los periódicos y en Localia... y que no había podido estar en la presentación de la novela en el Fnac. Su mujer miraba hacia todos lados menos para mí como si tuviese muchas ganas de irse (o de perderme de vista; nunca me tragó, tengo que decirlo, entre otras cosas, porque su marido,gran amigo por aquel entonces, siempre me utilizó como disculpa en sus salidas nocturnas. En fin, cosas que tiene la vida y la amistad). El caso que ella casi resoplaba y el niño, sujeto a su mano, empezó a tirar un poco de ella.
-Estate quieto, Robertito. Que ya nos vamos.
Yo miré al niño. Tenía la frente y los ojos de su madre. Por un instante me pareció que aquel renacuajo podía tener veinte o veinticinco años. Su mirada, desde luego, durante aquel segundo, así me lo pareció.
-Papá -le dijo sin dejar de observarme-: ¿este es Juan Mariñas "ese escritor de pacotilla"? ¿"Ese mensajero que no sé que se cree"? ¿"El menudo gilipollas"?.
-No digas palabrotas, hijo -le dijo poniéndose bastante colorado.
Yo le miré, luego miré a su mujer (que sonrió un poco, muy poco, lo suficiente para demostrarme su desprecio) y por último me fijé en el niño.
-Sí, yo soy, Roberto -le dije tocándole el pelo cariñosamente-. Yo soy el escritor de pacotilla... que escribe lo que quiere, cuando quiere. Ese soy -y miré a sus padres-. Bueno, pues nada, me alegro de verte, Jota. Por cierto... no creo que te llame... más. Lo entiendes, ¿no?
-Vale, vale. Oye siento este...
-Más lo siento yo. Tú tranquilo, tío. Cosas de la vida.
Me fui jodido y estuve unos días dándole vueltas a la cabeza. Es una pena. Pero es así. y como no se puede cambiar (ni caer bien a todo el mundo) pues nada: hay que aguantarse... como siempre.
lunes, 19 de abril de 2010
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