lunes, 3 de mayo de 2010

Estamos demasiado solos (¿o demasiado locos?)

Hace ya bastantes meses que veo a muchísima gente de esta ciudad hablando sola. Sí, sí, sola, sin móvil pegado a la oreja ni casquitos conectados al celular con micro sujeto a la solapa, camisa o jersey. Hace ya muchos meses que me he dado cuenta de este detalle. Y, sinceramente, me preocupa; porque aparentemente son personas normales: estudiantes, jardineros, señoras-señoronas, trabajadores de la banca, modelitos-de-coruñita-guay, dependientas, viejecitos, taxistas, policías municipales, camareros... muchísimas personas. Al principio pensé que sólo era la mujer que siempre veía por la calle Juan Flórez, siempre con prisas, y siempre hablando en voz más bien alta, como si recitase a Gustavo Adolfo Bécquer cada vez que cruzaba de una acera a otra; después me fijé en un señor al suelo ver en la calle San Andrés, por las mañanas, bien vestido y bien peinado, que hablaba bisbeseando y moviendo mucho la cabeza de un lado a otro. Unos días más tarde me di cuenta de que había más gente que iba por las calles ensimismada hablando para sí con cierta preocupación, el rostro contrariado, las manos en continuo movimiento, si no se tocan la frente, se rescan el mentón y si no las llevan pegadas a la espalda y con la mirada detenida en la punta de lso zapatos. de verdad que es algo sorprendente. Hoy mismo una chica caminaba delante de mí, en el Obelisco, hablando sobre el novio: porque eres un cabrón, tío -decía-; porque eso no se hace, joder, que llevamos toda la vida juntos, coño; parece mentira, Nicolás; con mi mejor amiga, en nuestro coche, de verdad que es para matarte, cabrón; que no soy tonta, tío; que no tengo estudios ni nada pero eso se nota, gilipollas. ¿Y ahora, qué, eh? ¿Qué vas a hacer con el puto perro? ¿Quién te lo va a ir a pasear? ¿Esa zorra? ¿Te crees tú que la Ana te va a asacar a Roy a las siete de la mañana? Es para cortarte los huevos en rodajitas, cabrón y a ella... bueno, bueno, la verdad es que la Anita siempre fue así. Mira que te lo dije, mira que te lo dije, Nico, me cago en tu mala sombra, cabrón.
Llegado aquí, la chica se metió hacia la calle Juan de Vega y yo seguí recto hacia la plaza de Orense. Me quedé pensando un rato, algo triste, la verdad, porque la chica parecía buena gente; de hecho, un segundo antes de adelantarla, la miré y ella fijó sus ojos en mí brevemente; eran azules, un azul apagado, casi fúnebre, que me pidieron perdón sin nada que perdonar. estuve a punto de decirle que a mí también me dejaron, hace años, pero en vez de un perro era un gato y en vez de una amiga fue un primo... estuve a punto, pero continué hacia donde me dirigía y la perdí de vista. No habían pasado ni cinco minutos (o a lo mejor sí) y ya estaba escuchando a otra persona; en un primer momento supuse que vendría hablando por teléfono; sólo al coincidir con él, un señor alto, moreno, de sesenta o sesenta y cinco años, esperando a que el semáforo se pusiese comprobé que hablaba al aire contaminado de esta ciudad. Yo ya lo sabía, Maruja; yo ya lo sabía. ¿Cuántas veces te lo dije? ¿Cuántas? ¿O ya no te acuerdas? La última vez te lo comenté hace nada, en el funeral de tu madre, Dios la tenga en la gloria. Pero te lo dije: ojo con tu hermano Julio, ojo con tu hermano Benigno. y tu erre que erre, que no te metas con ellos, que no seas mal pensado, que tú que sabrás de notarios, que ya verás como no, ¿cómo puedes pensar eso? ¿Y ahora qué, Maruja? ¿Ahora que hacemos? A ver: qué. Porque como les dé la gana a esos dos estamos en la calle, Maruja, a nuestra edad... y te lo dije... no firmes esos papeles, llama a Manuel el del quinto y que te lo explique que el tiene un hijo abogado... y nada, como siempre: ni caso. Pues ahora ya ves, Maruja: con una mano delante y otra detrás y dile tú a la niña lo que pasa, dile tú que a lo mejor nos tenemos que ir a vivir a su casa...si es que...
Después de entregar un envío en la plaza de Orense me dirigí hacia la plaza de Pontevedra. Llegando al lugar donde debía de entregar un segundo envío, vi venir a un tipo joven corpulento, el pelo rizo, barba,un tatuaje en un brazo, dos pendientes en una ceja, resoplando y hablando solo; apenas capté un par de frases cortas y dos o tres palabras más. Cuando estuvo a mi altura, sin mirarme, no miraba hacia ningún lado, o eso parecía, dijo algo así como: Si yo te quiero, reina; te juro que te quiero, corazón; te quiero un huevo y parte del otro, de verdad, todos nos equivocamos alguna vez, joder.
Y yo pensé, o eso creí: vaya día llevamos hoy, Juan; vaya día de locos; como esto siga así... Y entonces apareció mi amigo Gonzalo Cabañas en mitad de la acera y me dijo: Juanillo, colega, que vas hablando solo, fenómeno.
Y yo me reí y el dije:
-Si yo te contara.

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