I) SU MOMENTO
No había transcurrido un mes desde la Semana Santa y don José retomó de nuevo el tema de la importancia que adquiría la verdad en la vida cotidiana del Hombre. Durante casi toda la plática el párroco había hecho especial hincapié en la frase en la que Jesús, hablándoles a los judíos que habían creído en Él, decía “conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”, que venía reflejada, y convenientemente subrayada a lápiz rojo por el propio clérigo, al comienzo de los Nuevos Altercados, en el Evangelio según San Juan. Había sido al repetirla por sexta y última vez cuando tuvo el mismo y triste convencimiento del que habla sabiendo que lo hace dirigiéndose a una sorda e inmensa pared. Una extrañísima sensación de soledad le recorrió de arriba a abajo el cuerpo, secándole de golpe la boca y enfriándole luego los pies. De esa manera, y con los ojos clavados en los únicos senos adolescentes que había en la primera fila de bancos, comprobó la enorme diferencia que existía entre oír y escuchar; porque todos los allí presentes, que eran pocos y en su mayoría viejos, le oían, sí, pero ni uno solo, ni uno, ni la chiquilla, le escuchaba con la atención necesaria para entender sus palabras. “La culpa es de todos”, se dijo él con el pensamiento, sin apartar la vista de la muchacha. Y era cierto. La culpa era de todos pero siempre empezando por él mismo, que desde su llegada a la parroquia de Lareira, casi treinta años atrás, no había sabido, ni querido, predicar con el ejemplo.
Tras el “podéis ir en paz” del final de misa, el cura se convenció de que la totalidad de los escasos asistentes al acto religioso pensaba ya en cualquier cosa menos en aquella frase que él había repetido con tanta paciencia y tan poca fe. Nadie mejor que él sabía que ninguna de aquellas personas dedicaría ni un solo segundo de su existencia a reflexionar sobre lo dicho desde el púlpito esa mañana. Tampoco él lo haría: se despidió del sacristán, empujó la puerta de la sacristía con desdén y entró sin el amargor que había padecido antaño. Para los habitantes de aquella aldea, el hecho de ir a misa era un...
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