En estos años de trabajo como mensajero la policía local me ha multado unas cuantas veces. Exceso de velocidad, ir hablando por teléfono, aparcar en doble fila (4) y saltarme un semáforo en rojo. Eran otros tiempos. Demasiada prisa, demasiadas ganas de hacerlo demasiado bien; demasiada presión para un tipo tranquilo como era yo. Todo cambió un mes de julio, cuando embestí por detrás un coche cuyo copiloto era una mujer embarazada de casi casi nueve meses (faltaban seis días para que se cumplieran). El sol, un despiste y las prisas pisando el acelarador provocaron el accidente. La chica dio a luz esa noche y, gracias a Dios, todo salió bien. Tuve suerte. Y ella, y el niño y el marido (que casi casi me mata, con razón, nada más sentir el impacto de mi coche contra el suyo) también la tuvieron. Repito: todo salió bien. Benditos sean ellos y Dios. Gracias a este hecho mi actitud cambió de manera radical. Es cierto que cuando uno está embutido en el tráficó, día sí y día también, hay más posibiliddaes de que se tenga un percance que quien está ocho horas sentado en una silla de oficina frente a un ordenador. Es un riesgo y es el juego de la estadística y el azar (cruel); la vida misma, en resumidas cuentas.
El caso es que este viernes pasado tuve que hacer una entrega de esas de última hora, supermegahiperurgente. Lo primero que hice fue mirar mi reloj. Tenía tiempo suficiente siempre y cuando tuviese claro que o iba rápido y aparcaba bien, o iba respetando las señales (semáforos incluídos) y aparcaba mal. Opté por esta última, sobre todo por dos motivos fundamentales: en caso de accidente ir rápido lleva aparejado menor capacidad de reacción y más, digamos... ostión; y que al borde de la dos de la tarde la poli local tiene más ganas de comer que de multar... y son más... cómo lo diría, más personas. Son dos buenas razones, me dije. Así que allí me fui. De camino me topé con dos conductores (un BMW gris X5 y una chica a manos de un Audi rojo) que casi me sacan e quicio, pero sin el casi. Ellos sí llevaban prisa; mucha, demmasiada. El primero me adelantó por la derecha a una velocidad similar a la del sonido y se comió un semáforo en rojo como si fuera a despegar del asfalto; la joven del Audi me dio más luces que la Torre de Hércules. Hasta que me adelantó, también por la derecha y también muy rápido, no se mostró satisfecha.O eso me pareció. Y además iba hablando por teléfon; me miró con una cara de superioridad tan descarada que cuando coincidí con ella, dos semáforos después, fui incapaz de permanecer callado.
-Cualquier día de estos te la vas a dar, tía; no puedes ir por ahí así por la vida.
-Anda y que te den, gilipollas -y me mostró el dedo corazón bien clarito.
Conte hasta tres. Pero fue inútil.
-Te lo puedes meter en el coño -le dije perdiendo la compostura-, que creo que te hace falta, a ver si así te relajas un poco, señorita temeraria.
-Vete a tomar por el culo, mamón -dijo aquella boca antes de hacer el gesto de escupir hacia mi coche.
-Pero que guarra eres... como seas así en la cama... tu novio estará encantadísimo contigo.
-Adiós, imbécil -y arrancó volviendo a escupir por la ventanilla.
-Adiós, tocahuevos-le espeté sin pensar lo que decía.
Y se fue, y me quedé pensando si de verddad eran necearios todos esos insultos y palabras; y me arrepentí de haber dicho lo que dije; al instante. Hasta que, ya de vuelta de la entrega, volví a ver aquel coche y aquella tía, y su manera de conducir tan soberbia y tan irresponsable. No se llevó a una viejecita por delante de milagro y no se comió un autobús urbano porque Dios no lo quiso. No se puede andar así. De verdad que no. Ojalá tuviese la suerte de leer esto. Soy el del Renault blanco, guapa, sí, el que te dijo todo aquello en el semáforo de Cuatro Caminos. Y te lo digo en serio: relájate... o dile a tu novio que se pare un poco más cuando se acueste contigo... todos (tú más que nadie) lo agradecerán.
Recíclate y conduce con calma, puedes provocar un accidente.
lunes, 18 de octubre de 2010
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